El cementerio de las cosas olvidadas

«Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia. Pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón».
— Joan Manuel Serrat, Aquellas pequeñas cosas, Mediterráneo, 1971.
Hay objetos que nunca llegan a morir del todo. Podemos sentir su presencia en esa zona extraña e incierta donde conviven el recuerdo, la melancolía y la nostalgia. Alguna vez fueron el paradigma de la modernidad y del diseño, símbolos del progreso, encarnaciones de un futuro que se imaginaba más abierto y luminoso. Hoy, muchos de estos objetos yacen en el imaginario colectivo, relegados por tecnologías más eficientes, desplazados por nuevos usos sociales. Sin embargo, de vez en cuando algunos vuelven a la vida, como si el pasado aún tuviera algo que decir.
Este es un recorrido por ese fascinante cementerio de cosas que ya no existen pero que, de alguna manera, se niegan a desaparecer del todo. No como testigos de un pasado idealizado, sino como actores de una memoria que regresa para proponer nuevos significados.
Valentine: la máquina de escribir que no quería estar en la oficina
Era el año 1969 cuando Ettore Sottsass y Perry King diseñaron la Valentine para Olivetti. No era una máquina de escribir como las demás. En un tiempo en el que la oficina era gris, estática y funcional, la Valentine trajo un soplo de aire fresco: era ligera, atrevida, portátil y de un color rojo brillante. Valentine entró en escena de forma transgresora: por primera vez, la máquina de escribir ya no era sólo una herramienta, una función, sino un símbolo, un manifiesto sobre cómo los objetos pueden también expresar una visión diferente del mundo. Sottsass decía que no estaba pensada para las oficinas, sino para la vida.
La Valentine no tuvo el éxito comercial que Olivetti esperaba, y después de tres años dejó de producirse. Pero su huella fue muy profunda. Se convirtió en una leyenda del diseño industrial. Como en todas las leyendas, los detalles estaban cuidados de forma exquisita: el asa estaba integrada en la estructura; las manetas para la cinta, en plástico de color naranja; el estuche que se convertía en maletín, con un acabado táctil en relieve.
Hoy, más de cincuenta años después, la Valentine ha renacido. No como máquina mecánica, sino como inspiración para la Freewrite Valentine: una herramienta de escritura digital que retoma la estética del objeto original, pero adaptada a los nuevos tiempos. En un mundo lleno de distracciones digitales, Freewrite Valentine recupera el arte eterno de escribir desde las emociones. Sin navegadores, sin redes sociales, sin Inteligencia Artificial ni correcciones automáticas. Escribir como un acto íntimo y deliberado, sin atajos ni artificios.

El nuevo modelo se presenta envuelto en un llamativo chasis de aluminio rojo, con un pulsador de encendido en color naranja y un elegante teclado mecánico negro. Cuenta además con copia de seguridad automática en la nube para que sea posible acceder a los escritos desde cualquier lugar. Una oda a un clásico para redescubrir el placer de la escritura.
Walkman: la banda sonora de nuestra vida
Cuando Sony lanzó el Walkman en 1979, el mundo cambió por completo. Por primera vez, la música dejó de ser colectiva y se volvió personal. Era posible recorrer calles, plazas o parques con una banda sonora propia, habitar el espacio público en la intimidad de un mundo sonoro exclusivo. Las cintas de casete y los auriculares crearon una nueva relación con la música: más íntima, más corporal.

El Walkman impulsó la cultura de las recopilaciones de canciones para uso personal o para compartir con los demás. En pocos años, cambió la industria de la música y la forma de consumir experiencias sonoras. Se vendieron millones, hasta que llegaron el Discman, el iPod y, por último, la transmisión de contenidos a través de internet. Ahora disponemos de servicios de música digitales que permiten el acceso a millones de canciones.

Y, sin embargo, el Walkman ha vuelto. Marcas como We Are Rewind fabrican hoy reproductores con una estética similar a la original, pero con tecnología actualizada. Los casetes, como los vinilos, han encontrado un nuevo público. ¿Por qué volver a una tecnología tan incómoda, limitada y frágil? Porque ofrece algo que lo digital ha perdido: el rito. Sacar la cinta del reproductor, darle la vuelta o rebobinar hasta encontrar el tema deseado son acciones imperfectas, pero dan espesor físico a la experiencia. Implican una coreografía que rebosa emoción.
Los nuevos reproductores han sustituido las pilas por una batería recargable, están equipados con un sistema Bluetooth para poder utilizar auriculares inalámbricos y cuentan con mecanismos optimizados para una experiencia más fluida. Y por supuesto, si se desea rebobinar una cinta con algunas zonas dañadas, nada mejor que un bolígrafo BIC.
Entre la nostalgia y el significado
La nostalgia es una emoción muy poderosa: permite evocar sentimientos positivos del pasado, nos ayuda a entender quiénes somos y fortalece los vínculos sociales. Sin embargo, nos estaríamos engañando si pensáramos que la nostalgia es la única responsable de que estos objetos regresen. No se trata de añoranza por un pasado que ya no se puede recuperar, sino de proporcionar a las personas experiencias significativas que den propósito a su vida. Estos objetos evocan la idea de que si las cosas fueron buenas hace décadas, pueden volver a serlo en el futuro. Transmiten optimismo y conexión.
En un presente saturado de inmediatez, lo analógico aparece como una forma de resistencia: más lenta, más táctil, más reflexiva, pero también más imperfecta. Las cosas olvidadas abrazan sin complejos los límites o las fricciones. La Valentine y el Walkman no regresan para competir con los ordenadores portátiles o con las plataformas de emisión en directo. Regresan para recordarnos que los objetos nos interrogan constantemente ¿Qué hemos perdido que fue valioso y vale la pena recuperar?
Y en este cementerio de las cosas olvidadas, tal vez no haya tumbas, sino puertas. No estamos rememorando el pasado. Estamos usando el pasado para imaginar nuevos futuros.