Miradas de un confinamiento: el objeto desnudo

Claudia Mauro – Confinada en NYC.

Sin previo aviso, el conocido COVID-19 confinó a muchas personas dentro de los límites de los espacios que habitan, de manera temporal o permanente, y a los que algunos afortunados tienen el privilegio de llamar hogar.

Lo cierto es que ahí estaban en ese espacio, solos o acompañados por otras personas, pero -indudablemente- siempre rodeados por objetos: camas, sillas, cafeteras, ventanas, puertas, mesas, cuchillos, cucharas, lámparas, cocinas, neveras, libros, smartphones, zapatos, accesorios, ropas, entre una lista muy larga. El diseñador y antropólogo Fernando Martín (2002) comenta que «vivimos rodeados de diseño. Siempre encima, debajo o a un lado de productos diseñados. La mayoría de los objetos, importantes o triviales, antiguos o recientes, feos o bellos, útiles o no, están ahí desde que nacemos; nos acostumbramos pronto a ellos, y con ellos aprendemos los usos del mundo» (p.26). Es decir, cohabitamos nuestros espacios con objetos, son parte de nuestra vida y, además de ocupar un espacio físico, también tienen su lugar en nuestros pensamientos en cuanto significan para nosotros. Definitivamente, el diseño es inherente al ser humano; ni el encarcelado, ni el náufrago, ni el exiliado, ni el refugiado, ni el confinado pueden vivir sin objetos o pasar mucho tiempo sin éstos.

Sin embargo, la cotidianidad nos lleva a dar por sentado la existencia y la presencia de muchos de esos objetos cohabitantes, los cuales cobran su sentido sólo cuando requerimos que cumplan su función. Vale aclarar, su función innata otorgada por su creador y su función social otorgada por sus observadores.

Durante el tiempo de confinamiento, algunas personas fueron parte de un interesante y complejo experimento, al cual no pidieron ser invitados, y mucho menos incorporados. Al mejor estilo de cualquier reality TV show donde se confina a un grupo de personas en un espacio para desarrollar cualquier temática de la vida, y que termina desvistiendo las personalidades y valores de los confinados, les tocó compartir la aparente restricción de la libertad con los objetos presentes en sus hogares. ¡¡Vaya experimento!!

Como ya mencionamos, los objetos tiene una función innata que, en su sentido más elemental, lo entendemos como la capacidad que tienen para obrar, se trata del ‘para qué’. Pero más inconscientes que conscientes, las personas le atribuyen a los objetos una metafunción, una capacidad que va más allá del objeto y que les permite lograr las relaciones intrapersonales e interpersonales: la función social. Es decir, a la mayoría de los objetos que adquirimos para acompañarnos en nuestras vidas, los vestimos con una dimensión social para mostrarlos como nuestros representantes a los demás. Representan nuestra identidad y esperamos que funcionen para construir la imagen social que queremos dar. Por ello, la función social de los objetos se activa con el reconocimiento del otro, de las otras personas con las cuales habitamos nuestra sociedad que, en nuestro contexto, también están confinados y socialmente distanciados de nosotros en sus hogares. 

En ese sentido, a falta de un lugar común para relacionarse con los demás miembros de la sociedad, el confinamiento obligó a nuestras personas a mirar hacia dentro de sus hogares, de sus vidas y, en particular, de sus objetos. Durante el confinamiento las personas comenzaron a ver a los objetos con otros ojos, como quien descubre algo por primera vez, con gran curiosidad y detenimiento (aunque algunos estaban más confinados que las propias personas desde hace muchísimo tiempo). Se trataba de una percepción diferente, no la típica mirada del consumidor de productos que, principalmente, sobrepone la función social. Era la mirada de aquel que observa, reconoce y valora la esencia y la presencia de un compañero. Y es que, el confinamiento alude a límites, supone una separación social, un distanciamiento con los otros, con esos que activan la función social de los objetos. El confinamiento llevó a las personas a reconocer que la vestimenta social de algunos de sus objetos era inútil ante la ausencia de la mirada de los otros. Y así, como aquel que quita las capas de una cebolla o el que ve caer poco a poco los pétalos de una flor, el objeto perdió su vestimenta social y quedó desnudo ante sus ojos.

María Inés Carvajal – Confinada en Chile.

Como si fuese un miembro de la antigua cultura griega o de los gimnosofistas hindúes, el objeto se desnudó y expresó su libertad y la identidad de su ser sin ataduras mundanas. Así, el objeto confinado mostró su esencia y las personas empezaron a comprenderlos y valorarlos desde su función innata. Los anteojos -por ejemplo- que probablemente fueron elegidos por sus atributos simbólicos, porque hacían ver a su portador como alguien interesante, inteligente o atractivo y perteneciente a una sub-cultura particular, ahora fueron reconocidos como unos anteojos que  ciertamente mejoran la visión, disminuyen el esfuerzo de los ojos, no molestan en las orejas, son livianos y se adaptan perfectamente al tipo de cara, es decir, el objeto mostró lo que en realidad es; enseñó su existencia material, y desempeñó su función real.

Objetos y fotografía de Omar Guerra -Confinado en República Dominicana.
Omar Guerra – Confinado en República Dominicana.

Allí estaban, entonces, los objetos o cosas compartiendo el encierro no planificado con la temática de sobrevivir. Los objetos (dentro del ámbito metafórico y conceptual que crean los diseñadores para concebirlo) se reconocieron como asistentes que desempeñan las funciones que les fueron encomendadas. Se observaron como medios para sobrellevar el bucle de actividades diarias que suponen los confinamientos. Incluso, su asistencia le permitió a algunas personas controlar ciertos estados de desesperación que surgen en los encierros. Dentro del mismo ámbito metafórico de concepción, los objetos también hablan. Éstos comunican a través de los signos que los componen una serie de propiedades y cualidades. Y como compañeros desnudos de confinamiento incitaron preguntas y diálogos internos sobre sus características.

Las personas comenzaron a analizarlos, admirarlos, señalarlos y en muchos casos a respetarlos: ¿cómo lo habrán hecho? ¿por qué tiene ese material? ¿a qué responde esa forma? ¿por qué tendrá ese color?, en fin, el objeto sin todo el ropaje social que se le pone frente a otros se convirtió en un compañero de rutina con un papel protagónico en la cotidianidad. Fueron vistos en su naturalidad, fueron apreciados; estaban vivos, tenían un sentido y un significado por lo que son, por lo que hacen, por cómo lo hacen. Asimismo, algunos fueron valorados por el tiempo que tenían en casa, trabajando de manera silenciosa y constante,  haciendo honor a la vieja máxima del diseño de «el buen diseño es invisible».

Foto: Alvaro Pérez-Confinado en Alemania.
Álvaro Pérez – Confinado en Alemania.

Entonces, algunas cosas cambiaron durante el confinamiento en la relación, percepción y valoración de algunas personas hacia sus objetos. Algunos objetos les permitieron a ciertas personas tolerar el automatismo provocado por el aislamiento. Así, un asador de carnes, un instrumento musical, unos audífonos, una máquina de coser, una tablet o Smartphone, unas mancuernas, un par de raquetas de bádminton, un molde para hornear, un rompecabezas, y un largo etcétera, pueden mirarse como compañeros de confinamiento, como asistentes en servicio a quienes se le reconocieron las capacidades con las cuales llegaron a este mundo.

Objetos y fotografía de  Zenaida Marín- Confinada en Francia.
Zenaida Marín – Confinada en Francia.

Por su parte, aquellos objetos concebidos para figurar socialmente, que no se pueden despojar de su dimensión simbólica (cuya génesis de pecado original tal vez lo avergüenza de su desnudez al dejarlos sin esencia) perdieron relevancia durante el confinamiento: un vestido o traje de fiesta, una lámpara, un sombrero o un vehículo; porque son objetos personales de reconocimiento colectivo.

Objetos y fotografía de Morella Guerra- Confinada en Venezuela.
Morella Guerra – Confinada en Venezuela.

Para concluir, después del confinamiento los objetos seguirán siendo objetos y las personas los seguirán vistiendo con la función social para fortalecer la identidad personal y para que los otros reconozcan su imagen social. No obstante, el confinamiento con los objetos nos permitió reforzar el hecho de que las relaciones íntimas entre personas y objetos suelen despojar a éstos de sus atuendos sociales mostrando su naturaleza funcional y de uso. Los objetos están vivos en cuanto signifiquen algo para las personas, y su capacidad de obrar en relación a su función innata es lo que le da su verdadera identidad.

¿Cuál fue tu objeto de confinamiento?

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